El Fantasma del Valle

 


Soy el Fantasma del Valle. Sí, aquí nací. Digo nací, aunque en realidad no sé si deba decir morí, o quizás ambas cosas. El caso es que aquí habito desde hace muchos años, incluso desde antes de que los agricultores llegaran a labrar la tierra. No recuerdo la fecha ni el nombre de mi familia, lo único que sé, es que no sólo conozco la historia, sino la vida de muchas personas, pues por mi condición de fantasma puedo estar en cualquier lugar sin ser detectado.

Cabe decir que la vida de esta región antes era muy aburrida, puesto que nada más había uno que otro rancho, allá disperso, y recorrerlos me llevaba mucho tiempo. Por ejemplo, de estar en San Luis Gonzaga y luego ir hasta Santo Domingo para asustar algún vivo, era extenuante. Aunque no lo crean, aun con mi calidad de fantasma también me fatigo.

Mi familia murió y yo también. No sé muy bien por qué yo me quedé a la mitad del camino. Aquí ando, suelto, vagando como si nada, asustando a la gente en mis ratos libres como única forma de pasar el tiempo. A veces se les aparezco en forma de niño, de adulto, de algún animal o simplemente muevo algún objeto o hago algún ruido para hacer notar mi presencia. Aunque les voy a platicar que la forma que más me gusta de presentarme es la de inspector del SAT. No se rían. Es cierto, no son mentiras. Hay que echarle siempre creatividad a las apariciones, para no aburrir a la clientela, pues. Por ejemplo, de policía en retén, ¡se asustan porque se asustan!

Cuando estoy enfadado me voy a alguna casa y ahí me entretengo escuchando los dramas y angustias de los vivos. Que el amante se porta de tal forma, que los vicios son canijos, que los problemas de género es lo de hoy, que el dinero no alcanza, nunca alcanza, que los cobradores cómo bien friegan, que la Rosa de Guadalupe está con todo, etcétera, etcétera. Sin duda diversión para rato.

Pero lo más interesante es la vida de los políticos, ¡fíjese usted! Sus componendas en el aire, sus expresiones taimadas, sus traiciones de buen rostro y sus intereses por debajo del agua. ¡En fin! Que el pueblo es prioridad, que van tener servicios de primera, que a todos se les tratara igual, ¡que no robarán! ¡Válgame Dios! Si en realidad la gente supiera lo que opinan y hacen estas personas, se asustarían más que conmigo. ¡Lo juro!

Pero volvamos a los primeros años del siglo pasado. Les quiero platicar algo de las muchas cosas que vi en ese tiempo.

Me acuerdo cuando don Benigno de la Toba, allá en San Luis Gonzaga, salía en su caballo con bolsas de dinero que escondía en diferentes sitios. Como en aquel entonces no había bancos, muchos guardaban sus monedas (de oro o plata, según haya sido) en ollas que enterraban en el campo. ¿Y qué creen? ¡Yo sí sé dónde están ¡

Me tocó ver llegar a los Sinarquistas a María Auxiliadora, allá por el año de 1942. Su llegada rompió la monotonía de la época. Siempre eran bastantes, les gustaba mucho rezar y por eso casi no me acercaba a ese lugar, ya ve que dicen que el agua bendita y los rezos ahuyentan a los fantasmas.

Duraron poco tiempo porque el gobierno no los apoyó y el proyecto de formar varios pueblos se acabó. La mayoría de ellos se regresó a la Ciudad de México, pocos se quedaron en esta tierra con sus descendientes. ¡Ahora se puede decir que ya son más sudcalifornianos que las ciruelas del Mogote!

Como era escaza la población en número de habitantes, acá en la región, no había tampoco muchos problemas, aunque a veces sí alguna que otra dificultad entre las personas. Para ello había cuatro representantes de la autoridad, a saber. En San Juan de Matancitas, don Teófilo Arce; en Santo Domingo, don Santos Castro; en Palo Bola, don Telesforo Astorga y en San Luis Gonzaga, don Benigno de la Toba.

Y donde hay vivos también se dan los muertos. Por lo que hubo panteones cerca de los pueblos o del rancho según fuera. Las funerarias ni se conocían. ¡Para qué les cuento!

Les confieso algo: las funerarias son mi lugar preferido, pero en los panteones me siento como en mi casa, aunque no en el de la cuatro porque ahí hay más drogadictos que difuntos. Más parece centro de rehabilitación al aire libre, sobre todo de noche.

 

Tal vez se pregunten ustedes cómo era la convivencia social de aquella época. Si no había pueblos grandes, tampoco caminos en condiciones, ni vehículos. ¿Cómo se relacionaban entonces las personas?

Sin lugar a dudas, la música y las fiestas tradicionales sería el vínculo que uniría a la sociedad de la época. De esto queda constancia en los recuerdos de las personas que vivieron en esos tiempos. De lo anterior dicho, enseguida les comentaré algunos aspectos.

Mucho se dijo que el general Domínguez, cuando fue gobernador del Territorio, se trajo al poblado de Santo Domingo a sus hermanos, para protegerlos, ya que eran unos pícaros de primera. En realidad no sé si sea cierto, pero es lo que antes decían de ellos. Lo que sí recuerdo bien es que las fiestas del pueblo ¾el día de Santa Rosa y San Ramón¾ se hacían en una casona que construyó el general Domínguez, la cual después fue internado. Ahí eran los bailes. Una hermana del mismo general tocaba el violín para deleite del público.

Después de los festejos, ya entrada la noche, cómo me divertía asustando a la gente, sobre todo a los borrachitos y a los que agarraban monte.

En cambio, en Palo Bola los festejos eran en Navidad, en la casa de don Tele. Allí la gente se preparaba con anticipación ahorrando para comprar su ropa nueva para tan especial ocasión, y desde luego su tequilita. Todo mundo le tenía miedo a don Tele puesto que, además de ser la autoridad, era el rico del pueblo y el que no le hacía caso no le daba trabajo. Así de fácil. Fuera de eso, también se ponían unas tremendas borracheras. ¡Ah! ¡Cuántos años hace ya de eso! Casi los estoy viendo clarito. ¡Ah!

San José de la Noria es una comunidad antigua de este municipio. En ella nació, allá por el año de 1921, don Luis Castro Escopinichi, quien de adulto se dedicó a criar ganado y a la música, que le gustaba mucho. En esos años había pocas estaciones y menos aparatos de radio. No obstante, la música ocupaba un espacio importante, si no el que más, en la vida de las personas. Él y sus hermanos Javier y René, además de su papá, acudían a amenizar las fiestas de Palo Bola, San Luis Gonzaga, Los Arquitos, La Presa, San Ángel, San Miguel, ¡cómo me gustaba escucharlos!

Los instrumentos que ellos tocaban eran dos guitarras y dos violines, con eso hacían el grupo que fue muy popular en aquellos tiempos. En esos años no había electricidad, así que los instrumentos que los músicos portaban eran de aire y cuerdas.

El grupo se llamaba Los Hermanos Castro, y cuando andaba el papá de ellos se hacían llamar Los Aurelios, porque así se llamaba el señor.

En la Soledad, otro poblado de la sierra en la que, por cierto, habían muy pocas casas, también hacían sus bailecitos. Cada año festejaban el Día de la Cruz. Los bailes duraban hasta quince días y como bailaban en la pura tierra se les acababan pronto las suelas, que eran de vaqueta. Por suerte, en esa comunidad vivía un zapatero que les arreglaba el calzado.

Ahí vivía don Tacho, quien en una ocasión de tanto bailar tuvo que echar media suela. Resulta que a los quince días se quitó los zapatos y se le habían aflojado las uñas, tanto que con solo tocarlas se le caían.

En Los Dolores, don Guadalupe Veliz bailaba zapateado y la mazurca, es decir, polkas, pero con otro movimiento en el baile; el zapateado era “repiqueteando” el pie y tiraban el sombrero bailando el jarabe alrededor de éste.

Los Hermanos Castro tocaban polkas y valses: “La Jesusita en Chihuahua”, el “San Antonio”, un vals que compusieron en Loreto: “Morir soñando”, “Sobre las olas”, etcétera.

En San Pedro de la Presa vivía don Félix Talamantes. Recuerdo que en ese lugar se hacía vino en pilas y tinas: Como supondrán, allí la gente tomaba mucho. El día de cualquier santo era buen pretexto para festejar y bailar. ¡Qué cosas! De ahí la siguiente anécdota: en una ocasión a una de las bailadoras se le habían acabado las suelas de tanto bailar, entonces su compañero fue a buscar un venado, lo encontró, lo mató, y el mismo día hizo la gamusa, cortó los zapatos, los tiñó y al otro día los cosió para que la muchacha siguiera bailando. ¡Qué interesante, no?

Ni qué decir de lo que duraban las fiestas. ¡Ocho días bailando! No como ahora, tres horas y todos a sus casas. Je. Pero continúo. Como en todos los lugares de esta región, eran los valses, el chotis y las polkas, puro para atrás, puro para atrás.

En esos años también se utilizaba la vitrola para amenizar los bailes. Éste era un aparato tipo mueble que reproducía un disco fonográfico mediante un altavoz y una manivela para darle cuerda, para que la diversión no se detuviera.

El jarabe zapateado, en cambio, lo bailaban dos o tres familias.

De esa manera se amenizaban los bailes y los músicos recorrían varias comunidades, como por ejemplo: tocaban en Los Arquitos, donde vivía el Chito y don Enrique Angulo; San Ángel, Luciano Osuna; San Miguel; el día de San Antonio, en La Presa.

Del Sauzal hasta San Javier se hacían tres días de camino en bestias, con los instrumentos colgando en la montura.

A estas alturas tal vez aún no los convenzo de mi existencia como ente, pero ya desde muchos años atrás se nos menciona con frecuencia. No sé si alguna vez oyeron hablar del mundialmente famoso El fantasma de Canterville. Ésta es una novela del escritor, dramaturgo y poeta, de origen Británico-Irlandés Oscar Wilde, quien en el año de 1887 publicó la primera edición de esta obra. Una historia de fantasmas.

Les cuento. Una familia estadounidense se va a vivir al castillo de Canterville, en Inglaterra. Lord Canterville, el dueño anterior, les advierte que el fantasma de sir Simón de Canterville deambula en el edificio desde hace 300 años cuando asesinó a su esposa lady Eleonore de Canterville. Pero el Sr. Otis, estadounidense moderno y práctico, ignora las advertencias. Así, con su esposa Lucrecia, su hija Virginia, los gemelos Estrellas y Rayas y su hijo Washington, se mudan a la mansión en donde el fantasma se les presenta en varias ocasiones. Como no logra asustarlos, de manera hilarante se convierte en la víctima de las bromas de la familia. Virginia, consciente de lo que sucede, se apena y al final ayuda al fantasma a conseguir paz en la muerte.

El fantasma de la Opera es otra publicación famosa de 1910, del novelista Gastón Leroux. La obra está inspirada en hechos reales y en la novela Trilby de George du Maurier, y combina elementos de romance, terror, drama, misterio y tragedia. La historia trata sobre un ser misterioso que aterroriza la Ópera de París para atraer la atención de una joven vocalista a la que ama.

La novela está ambientada en el París de finales del siglo XIX, en la Ópera Garnier, un edificio lujoso y monumental construido sobre un lago subterráneo entre 1857 y 1874. Los empleados afirman que la ópera está encantada por un fantasma misterioso que provoca muchos accidentes. El fantasma de la ópera chantajea a los dos gerentes de la ópera para que le paguen 20 000 francos al mes y le reserven un palco privado para los conciertos, ya que él compone todas las óperas que se presentan ahí o hace arreglos musicales.

Como ven, hay muchas historias de fantasmas tal vez inspiradas en hechos reales o en la febril imaginación de destacados escritores. Sea como fuere, es interesante incursionar en este mundo de la literatura y, desde luego, abrevar del talento y la imaginación de esos autores.

Por hoy es todo, sin embargo, les hago una atenta invitación para que lean estos dos trabajos y además para que me acompañen en la próxima edición de El Fantasma del Valle. ¡Les tendré nuevas historias!

 


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