Hace días,
durante la primera lluvia del 2021 en amplia zona del Valle de Santo Domingo,
nosotros, en Ciudad Constitución, solo tuvimos “una lluvia de tierra”, lo que conocemos
comúnmente como “polvareda”. Mientras que en la zona serrana y los ejidos Ley
Federal de Aguas prácticamente se inundaron, nosotros recibimos, en cambio,
como hacía ya mucho tiempo que no pasaba, una hermosa, enorme, abundante y
prolongada polvareda, esa que llega previa a la lluvia, aunque en este caso
sólo en eso, el polvo inundándolo todo, porque el agua nunca llegó.
Allá por los
años cincuenta, sesenta y parte de los setenta, era habitual que después de las
dos de la tarde los vientos del Pacífico entraran a esta región. Todavía lo
hace, pero en aquellos años siempre venían cargados de tierra, de esa finita y
pegajosa que se cuela en todos lados. Sí, esa misma. Por lo que debíamos cubrir
las comidas del mediodía con un mantel de tela o hule para que no se afectaran,
de otra manera no sabías si era tu alimento o era tierra lo que estabas
ingiriendo. En realidad, era una mezcla de ambas.
Esas polvaredas
le dieron fama a este valle que, junto con los chamizos que rodaban por
aquellas calles sin pavimento, le daban un aire al “Viejo Oeste”, como en las
películas de vaqueros, casi siempre previo a un duelo o a una tragedia.
Los remolinos y
los chamizos eran parte de nuestra rutina diaria. Para nosotros, de chamacos,
era una gran diversión. Recuerdo bien cómo los correteábamos, y en el caso de
los remolinos, nos metíamos en medio de ellos, lo de menos era la reprimenda
que eso generaba, lo importante era la adrenalina que te hacía sentir, aunque
salieras sudando, con tierra en los ojos, en la nariz, en la boca, en la cabeza
y no se diga en la ropa, no sabías si era sudor o lodo lo que te escurría. ¡Era
una experiencia inolvidable!
Ocasionalmente,
en esta temporada de calor, todavía vemos uno que otro remolino, o algún
chamizo extraviado que se atraviesa por ahí, pero lo que es la tierra ésta no
nos abandona. Desde luego que no como antes, pero ahí sigue: terca. Decía el
profesor Román Pozo Méndez, comentarista deportivo de la XENT y maestro de la
Normal, en una ocasión que vino a una olimpiada celebrada aquí, hace ya muchos
años, que la tierra del valle “sonaba como campanitas”. Nunca le encontré el
sonido, por más que intenté escucharlo. ¡Y vaya que en tantos años de residir
en esta región he visto pasar cientos de tolvaneras!
Las primeras casas que se
construyeron en esta región eran de palos trabados (varas de palo de arco), de
brazos de pitayos o tablas de cardón, en algunas ocasiones emplastadas con lodo
y techo de palma o cartón negro, de amplio uso en esos años.
También había
alguna que otra de ladrillo y block casero. La mayoría con piso de tierra, así
que no había manera de mantenerlas al margen de las tolvaneras. El polvo se
colaba por cualquier resquicio y ya se habrán de imaginar cómo quedaban, casa,
muebles, ropa y todo lo que en ellas hubiere. ¡Y la comida!, puesto que no
había energía eléctrica, mucho menos refrigerador para resguardarla.
Todavía, en la
actualidad, el polvo continúa siendo un problema porque se acumula en las
calles, en las banquetas, en las orejas, entre las muelas a veces, en todas
partes; aunque también se ha convertido en una forma de vida de algunas
personas que obtienen ingresos por barrerte la banqueta o en la parte de la
calle que corresponda a tu propiedad.
Pero también
afecta a los autos, a los que continuamente hay que darles servicio. Quizá por
esto en los estacionamientos de las tiendas grandes abundan los limpia coches.
Si viajas a la ciudad de La Paz y se te olvida limpiar el auto o no tuviste
tiempo de hacerlo, luego, luego, te identifican que vas del Valle, pues la
imagen del vehículo dice más que mil palabras.
Por muchos
años, mientras que el aeropuerto estuvo al norte de la ciudad, junto con el
viento de la tarde recibíamos, además de tierra, residuos de agroquímicos
tóxicos para la salud del ser humano. Afortunadamente el aeropuerto se cambió
al lado contrario de la ciudad y cuando menos de eso nos hemos librado. Los
federales de caminos se quedaron ahí. ¿Será su karma?
Con el polvo
los árboles y las plantas del Valle pierden su brillo, las opaca y las hace
parecer viejas y descuidadas, solo cuando llueve recuperan su estado natural y
desde luego su belleza, aunque sea por algunos días.
El polvo es ya
parte de nuestra cotidianidad, de nuestra vida y es tan puntual que nunca
falla: todos los días, de todos los meses, de todos los años aquí está. En
algunas ocasiones con más intensidad, pero nunca falla.
Los niños que
nacen en el Valle de Santo Domingo ya traen en su ADN inmunidad para las
enfermedades que ocasiona el polvo, no así los que llegan, niños y adultos, que
inmediatamente comienzan con problemas respiratorios y alergias, aunque
finalmente terminan adaptándose.
El polvo que es
una de nuestras cartas de presentación. Nos ha hecho famosos, sin duda. Se ha
arraigado tanto que ya forma parte de nuestra vida y de nuestro nombre. Tan es
así, que por él nos identifican en todos lados, de tal manera que ahora ya no
somos Comondú, sino POLVONDÚ, desde donde, por cierto, les hago llegar un
afectuoso saludo a todos los que ya no viven aquí pero que en alguna ocasión
probaron el polvo de esta región y por lo tanto nunca lo olvidarán.
Amigo Pepe Marqués no por eso deja uno de recordar esa hermosa tierra Arriba EL VALLE.
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