Evocando el inicio de una década: los setenta

 


Esta fotografía, que forma parte de mis archivos y recuerdos, fue realizada durante el verano del 1971 o 72, en Puerto San Carlos. No recuerdo con exactitud la fecha, pero sí que comenzaba la década del setenta, y que se negaba a dejarnos la anterior, pues parte de su legado todavía estaba presente. Y lo haría por mucho tiempo más, con su música, su moda y los hábitos y costumbres de ese tiempo que poco a poco se fueron entrelazando. Algunas cosas perduran hasta la fecha.

En septiembre de 1970 llegué a Ciudad Constitución, y en febrero de 1971 entré a trabajar a la radio local como operador de cabina, de 8 a 10 de la noche. Esto me permitió adentrarme en el mundo de la música, en ese tiempo, en todo su esplendor los Beatles, los Creendece, Chicago, Leo Dan, Roberto Carlos, Mocedades, José Feliciano, Los Ángeles Negros, Julio Iglesias, Roberto Jordán, etc. Los grupos de rock y los solistas del mismo estilo, mexicanos y extranjeros; había un buen hábito de escuchar música instrumental de las grandes orquestas y todavía había el gusto por los tríos, rondallas y estudiantinas; seguían vigentes las serenatas, principalmente con música en vivo. En ese tiempo los precios de los músicos aún estaban accesibles para todo mundo.

Después vendría la música disco llena de luces, colores y sonido que dominaría la segunda mitad de esta década, con artistas como Gloria Gaynor, Barry White, The Bee Gees, Village People, ABBA y otros más que impactaron en el ánimo de la juventud local y que convirtieron en sus lugares preferidos a la disco Oeste Club, la Discoteque 3+l, Eclipse Discoteque y otras más.

A principios de esta década aún imperaba un gran respeto entre los novios y con los padres. Las chicas, incluso siendo mayores de edad, pedían permiso para salir o ir a los bailes o al cine. Para ese tiempo ya estaba el Cine Aladino, con techo y mayores comodidades que el Variedades, que era un lugar más rústico, tenía bancas de madera cuyo respaldo quedaba marcado en la espalda al final de la función y si llovía, como no tenía techo, había que salir corriendo o quedabas empapado. Pese a ello, ¡qué tiempos aquellos!

En esos años, aunque tarde, también nos llegaban los grupos musicales, la moda en el vestuario y los éxitos musicales; nos limitaba, eso sí, la falta de teléfonos, de televisión y la radio apenas empezaba en la región.

De las películas de moda Vaselina y Fiebre de sábado por la noche, Historia de Amor, Mecánica nacional y Naranja mecánica, todavía estaban de moda las películas de vaqueros y varias otras más. Las películas mexicanas aún continuaban en el ánimo del público local.

El único salón social era el Mesón del Herradero, que administraban los Marvels, grupo polifacético integrado por los hermanos Escobedo Luevano y que igual tocaban música moderna que ranchera, cuyos integrantes eran originarios del estado de Chihuahua. A ese lugar llegaron muchos grupos nacionales y extranjeros, como Los Moonligth, Los Zorros de Mexicali, Los Apson, Los Fredys, Los Muecas, etc. Además, en este lugar se hacían las bodas y quinceañeras. En fin. Era el único salón formal.

Pero también había bailes en otros lugares, como la Plaza Pública y en el Salón de Juntas de la Asociación Agrícola; después vendría la Terraza Jardín y el Salón 64 y, más adelante, la Plaza de Emiliano Zapata, de Pueblo Nuevo.

En ese tiempo algunos festejos, como bodas o quinceañeras, se hacían en casas particulares, igual los velorios eran en el domicilio del finado.

Ir a un baile significaba para las damitas de cualquier edad, necesariamente acudir antes al salón de belleza. Estaban de moda las pelucas y postizos.


Quién de nosotros, jóvenes de aquella época, no usó el pelo largo, botines, patillas y lentes grandes, ropa con colores vistosos y las damitas la minifalda o el palazo.

¿Se acuerdan de las “Rompe Vientos”? Aquella chamarra ligera de hule. No sé si todavía se usen, pero en aquellos años eran la moda. Todo mundo traía el suyo, y en los eventos masivos como desfiles y otros, cuando se buscaba uniformidad, lo más barato y común era la Rompe Vientos.

Estaba de moda la nevería La Tropical, contra esquina de la iglesia de Lourdes; ahí había una sinfonola con todos los éxitos recientes. Así pues, con algunos pesos tomabas tu refresco o tu nieve y escuchabas música.

A veces los domingos asistíamos a los Limones, un lugar ubicado atrás de Banrural, que tenía una alberca y estaba cercado, pero teníamos acceso a él. Ahí se reunía parte de la juventud de esa época. Muchos años después vendría la alberca de Solorio y el campestre La Pila.

En el verano acudíamos a La Curva, playa de San Carlos que siempre estaba concurrida.

Dos de los cantantes locales que eran favoritos de los jóvenes de la localidad eran Mario Verdugo y Álvaro Borbón.

Para cenar estaba el puesto de don Manuelito y su esposa doña Anita, ubicados a un costado de la iglesia de Lourdes, por la calle Juárez. Vendían antojitos. Su especialidad eran los taquitos dorados o flautas. Su puesto era un vehículo cuadrado, prácticamente una cocina con barra y todo.

En esos años también se inauguró el primer Drive inn de la ciudad. Mi hija aún recuerda las malteadas y el choco milk que ahí preparaban. No me acuerdo de su nombre, pero estaba frente a lo que es hoy el Sindicato de Burócratas.

Ir a misa los domingos era un tema obligado y de allí te ibas a la nevería.

Ya para 1973 tendríamos un nuevo grupo musical que llegó de Guadalajara y que se convertiría con los años en un grupo local, Los Creyentes.

Era habitual la lectura de los periódicos de México que vendía en esta plaza don Carlos Rodríguez Pompa, primero frente al palacio municipal y luego por la Zaragoza y Obregón. También ofrecía libros de actualidad y cómics. Estaban de moda el Libro vaquero, el Policiaco, Spaider Man, Archi, La Pequeña Lulú, Daniel el Travieso, El Santo, Aniceto y Hermelinda, Súperman, y muchos otros más. Había también un puesto de revistas frente al mercado en donde se rentaban estos ejemplares, por si no querías comprarlos nuevos o no tenías con qué, te ibas a este lugar y ahí podías disfrutar de tu revista favorita por una módica suma.

Ya circulaba, desde la década anterior, el periódico de don Javier Benítez Casasola: El Sol del Valle y pronto se sumarían El Sudcaliforniano y El Clarín. Después vendrían otros más.

En esas fechas Villa Constitución cambió su estatus de villa a ciudad, modificación necesaria para convertirse en la cabecera del naciente municipio de Comondú.

El Valle de Santo Domingo estaba viviendo sus mejores años, ya que el arribo de cientos de personas que venían a trabajar en el cultivo del algodón, de diez a doce mil por año, impulsaba la economía de la región y le imprimieron una dinámica de continuo crecimiento en la demanda de productos y servicios.

Los domingos la Plaza Zaragoza era un carnaval. Un mundo de familias abarrotaba el comercio local y la gente de los ranchos arribaba al centro de la ciudad para hacer sus compras de ropa, víveres, aparatos musicales y otros artículos necesarios para la vida cotidiana.

La apertura de la radio, en diciembre de 1970, fue el trampolín que dinamizó el comercio e impulsó el deporte y los eventos sociales, gracias a que la estación se convirtió en el vínculo entre los diferentes grupos sociales y rancherías. Sus programas, Lapso Sentimental, El Valle en Onda, su programa de noticias El Valle Informa, su barra de música instrumental al medio día, Mensajero del Aire, y otros más, se convirtieron en los consentidos del público radioescucha local.

Se inauguró también la primera escuela preparatoria. Anteriormente, quienes querían cursar el bachillerato se tenían que trasladar a la ciudad de La Paz; así, con esta institución de nivel medio superior la estructura educativa local dio un paso más en su crecimiento. Además, dio el inicio de una generación local de bachilleres que se iría incrementando paulatinamente, hasta que su presencia se hiciera relevante en la comunidad. Gracias a la participación de esta institución educativa en desfiles, eventos sociales y culturales, y su servicio social en la comunidad.

La región mostraba un marcado atraso en su desarrollo urbano y social, sin calles pavimentadas y carentes de los servicios básicos, con viviendas mayoritariamente rústicas; y en el aspecto deportivo, sin una infraestructura adecuada. Aun así, existía la pasión por el béisbol, fútbol, básquet, atletismo y otros entretenimientos.

La fiesta grande del pueblo continuaría siendo La Feria del Trigo, que después se denominaría Expo Comondú. Este evento, que se realiza en el mes de julio o agosto de cada año, sigue siendo escenario de eventos importantes, por lo que la ciudadanía se da cita puntualmente para disfrutar de los diversos espectáculos que ahí se presentan.

En esos años se inauguró también la segunda gasolinera de la ciudad, El Charro, también del señor Santana. Ubicada ésta por la salida al norte. El precio se la gasolina en aquel tiempo sería de ochenta centavos el litro de la verde, y un peso la roja, razón por la cual eran muy comunes los vehículos de ocho cilindros, hoy ya casi desaparecidos.

Los autos recién traídos del norte costaban, aquí en el valle, dos mil quinientos pesos, los más modestos, y de siete a diez mil los más caros. Ahora con eso ni para el enganche alcanza. El dólar costaba $3.50. Con el aguinaldo y el mes de diciembre te ibas al norte y te traías tu carro, fayuca, y pagabas los gastos de gasolina, comida y hospedaje.

Tendríamos en esta década nuestros primeros presidentes municipales. Ricardo Santos Santos tomaría protesta en enero de 1972 como el primer edil de Comondú. Luego llegarían los partidos políticos, el PRI sería el primero de ellos.

Una vez que se reestablecen los municipios los ayuntamientos, comenzarían a asumir las responsabilidades en el ámbito social, cultural y deportivo que hasta ese entonces los maestros habían desempeñado con gran acierto.

La década de los setenta sería también el inicio de la transformación de la ciudad que, a partir de entonces, comenzaría a generar una infraestructura urbana, pavimentación, alumbrado público, instalaciones deportivas y culturales acordes a las necesidades de la modernidad.

Finalmente, los setenta sería una década de luces y fantasía, una época de alegría, optimismo y extravagancia en la música y en la moda, aspectos de los cuales no pudimos sustraernos y que en alguna medida fuimos participes quienes en esos años todavía éramos jóvenes.

 

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