Desafiando a la mafia

 

Lo conocí hace ya varios años. Era trabajador de una dependencia de gobierno, donde se desempeñaba como electricista. Rodrigo tenía tiempo laborando en ese lugar, incluso contaba con plaza de base, lo que se logra por el tiempo de trabajo y una buena relación. Inquieto como era, decidió irse a probar suerte de “mojado”. Le dejó la plaza a su compañera y partió rumbo a los Estados Unidos. Allá duró un tiempo y regresó sin pena ni gloria, nada más que, para su mala fortuna, su cama ya estaba ocupada. Tomó las cosas con cierta filosofía y aceptó las cosas como eran.

Sin mujer y sin casa, buscó un cuarto de renta y también en donde emplearse. Laboró en varios lugares ganando algunos pesos, pero nunca como su trabajo anterior. Así duró un tiempo y se volvió a ir al otro lado. Allá se encontró otra compañera. Después de un tiempo quiso regresar a México, a su tierra, pero su acompañante, no; ella era del interior de la República y en un estado del centro estaban sus papás, así que partieron rumbo a ese lugar y se establecieron cerca de los progenitores de la esposa. Con los ahorros que traían pusieron una
tienda de abarrotes y comenzaron bien, sin embargo, nunca falta un pelo en la sopa. A los pocos días se le apareció una señora, era licenciada. Iba de parte de un consorcio comercial. La mujer no fue muy clara en su planteamiento, aunque Rodrigo de inmediato captó la señal. Sospechó que algo no andaba bien. Así que le respondió que no le interesaba lo que ella traía, que por favor se fuera. La mujer se retiró, no sin antes proferir algunas amenazas.

A los pocos días llegó otro personaje, quien finalmente confirmó las sospechas de Rodrigo: querían extorsionarlo. Le dijo debía pagar cinco mil pesos mensuales por protección, o de piso, como ustedes quieran llamarlo.

—¿Protección de qué? —preguntó Rodrigo—. Yo no pedí ninguna protección.

—¡Pues tiene que pagar!

—¡No, señor! ¡No voy a pagar nada!

—¡Pues aténgase a las consecuencias! —amenazó el tipo que sólo era el mensajero de un grupo mafioso. Dio la media vuelta y se retiró del lugar.

Al siguiente día regresaron, pero ahora tres individuos a bordo de una camioneta. Uno se quedó en el vehículo y los otros dos se bajaron. Entraron al local enseñando tremendas pistolas fajadas en el cinto. Rodrigo ya estaba preparado con un rifle 22 de repetición y cartuchos largos con 26 tiros en el cargador, o algo así. Al verlos les comenzó a disparar. A uno le dio en el pie y el otro salió corriendo.

Una vez que se fueron dijo a su compañera:

—Recoge lo que puedas, porque nos vamos.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—¡Vámonos! —agregó Rodrigo—, ¡esto se va a poner color de hormiga!

Y salieron huyendo, escudándose en la penumbra de la noche y sin hacer mucho ruido.

Tiempo después se comunicó, vía teléfono celular, con un amigo que vivía por aquel rumbo. Éste le informó que al día siguiente llegaron varios carros llenos de sicarios y comenzaron a disparar sobre la puerta del local. Fueron poco más de novecientas balas las que se incrustaron en la puerta de la tienda que él tenía, destrozándola por completo.

Aquello no fue todo. Después nuevamente entró en comunicación con su amigo y éste le avisó que lo andan buscando, pero no para matarlo, sino para contratarlo de sicario, ya que pocos se atreven a enfrentarlos como él lo hizo.

Pero no. De regreso a su tierra, ahora se entretiene en un pequeño negocio de su propiedad, mientras espera a su compañera —que se quedó por aquellas tierras lejanas— regrese nuevamente con él.

Rodrigo, a pesar de sus años, tiene más de sesenta, es inquieto y poco dejado. Así es su temperamento. No permitió que lo extorsionaran. Era, desde luego, una injusticia. Sin embargo, tuvo sus consecuencias. ¿Usted que hubiera hecho en un caso como éste?

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