El Valle de Santo Domingo, como
zona agrícola, es producto de un proceso de colonización iniciado en 1949, el
cual fue promovido por el gobierno federal, quien fue el último y, por cierto,
el más conocido, porque hubo varios más que le antecedieron. Veamos:
En 1942, con la llegada
de los Sinarquistas a esta región, se inició otro intento de colonización,
formando la colonia de María Auxiliadora. Sin embargo, el proyecto fue
abandonado a los pocos años, por lo que el intento quedó inconcluso.
Un poco más atrás en la
historia, fue el intento del general Juan Domínguez Cota también de colonizar
esta tierra mediante la formación del Ejido Santo Domingo, con cabecera en el
poblado del mismo nombre, cuyo éxito también fue limitado y la idea de
instrumentar un sistema de riego a través de norias para desarrollar la
agricultura en la región, tampoco funcionó.
En el siglo XIX, Benito
Juárez, Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, intentaron colonizar esta región a
través de concesiones condicionadas a formar pueblos con una cierta cantidad de
habitantes, lo cual fue incumplido y, por lo tanto, retirados los permisos para
explotar en algunos casos la orchilla y otras riquezas naturales que pretendían
las compañías, casi todas estadounidenses.
Pero la historia nos
remonta todavía un poco más atrás, a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando a
la salida de los jesuitas y la llegada de los franciscanos a Baja California
Sur, marcaron el final de una etapa y el inicio de otra muy diferente en la
vida de los sudcalifornianos.
En este periodo hay un
espacio en la historia local entre los misioneros y los primeros habitantes, no
indígenas, que marca la transición entre los nativos y los primeros colonos no
religiosos.
El trabajo que publicó José
Soto Molina, “La región de intermedios en el siglo XIX”, abunda en información al
respecto de este tema que nos permite conocer aspectos poco divulgados de esta
región y de este asunto, como son nombres y fechas de quienes llegaron en esa
época a la región intermedia sur.
* * *
En el siglo XVIII y la primera
mitad del siglo XIX, aunque aquí no había locales, sí llegaron personas de
otros estados a colonizar la zona intermedia sur, San Luis Gonzaga y sus
alrededores, quienes terminaron convirtiéndose ellos y sus descendientes, en
los nativos de esta tierra.
Cuando llegaron los
Jesuitas a esta media península, en 1697, según algunos historiadores, había cuarenta
mil indígenas, o naturales, y cuando ellos se fueron sólo quedaban 400 debido a
las enfermedades que los peninsulares trajeron, debido también, por supuesto, a
que no pudieron adaptarse a la alimentación y, en general, a los hábitos y
costumbres de los catequizadores y sus acompañantes, además de que fueron
desencajados de sus ancestrales costumbres nómadas de recolección y caza. Fue
una época en la que los misioneros tenían el control político y económico de la
entidad, sólo permitían la llegada de personas necesarias para la realización
de sus tareas; los misioneros jesuitas tampoco permitieron la minería ni el
comercio.
Al irse los jesuitas
llegaron los franciscanos en 1768, a continuar con la labor de los primeros,
aunque no en las mismas condiciones, puesto que para entonces la Corona
Española retomó el control político y económico de la entidad y comenzó el
proceso de privatizar las misiones.
En el caso que nos
ocupa, la zona intermedia sur, que abarca el sur del municipio de Comondú y el
norte del municipio de La Paz, la primera misión privatizada fue San Luis
Gonzaga, que se le otorgó en el año de 1768 al soldado Felipe Romero, que había
servido a la Corona española.
Para esa fecha todos
los indígenas que había en la región fueron concentrados en Todos Santos, por
lo que quedó prácticamente esta zona sin habitantes.
A partir de ahí se dio
un proceso de colonización con personas que llegaron de otros lugares de la
Nueva España, inclusive de California, que aún pertenecía a España. En aquel
tiempo fueron colonos, y ahora son considerados nativos y pioneros de la ganadería,
cuyos apellidos, en muchos de los casos, se conservan y son ampliamente
conocidos en esta región. Todavía hay descendientes de muchos de ellos.
Don Mauricio Meza Rochín,
paisano mío, quien llegara a esta tierra por primera vez en 1942 cuando, siendo
empleado de la Escuela Industrial, trajo al primer grupo de Sinarquistas a María
Auxiliadora. Se enamoró de la región y decidió radicar en el valle. Entrado en
la década del cincuenta adquirió un rancho agrícola que le permitió convertirse
en agricultor y ganadero, así hasta su fallecimiento. A don Mauricio Meza le
gustaba montar a caballo. Era un buen contador de historias y de extraordinaria
memoria para los nombres y fechas. Él me contó, en alguna de las muchas pláticas
que tuvimos, que uno de los Toba, de la región intermedia, llegó de California
huyendo porque había sido gavillero de Joaquín Murrieta, el sonorense que,
habiendo emigrado a California —donde su esposa fue violada y asesinada y su
hermano condenado a muerte por un crimen que no había cometido—, Murrieta decidió
vengarse de los hacendados. Con cientos de hombres a su mando —más de
trescientos— asaltó y asesinó a muchos personajes importantes durante tres años,
hasta que fue atrapado y decapitado en 1853. Se dice que Joaquín Murrieta era
el Robín Hood de California, para ese entonces ya en manos de los gringos, dado
que lo que robaba lo repartía entre las familias pobres.
Joaquín Murrieta inspiró
la creación de personajes como el mítico Zorro, aquel del cual se escribieron
novelas y hasta el cine fue llevado. El Zorro les ponía, con su látigo o su
espada, según la versión, una “Z” en la frente a sus adversarios.
No sé si esto último
haya sido verdad o sólo parte del deseo de una leyenda urbana que nos
identifique, Como sea, es una anécdota interesante que nos vincula con un
pasado que nada más conocemos a través de las películas o de los libros.
De aquellos personajes
que comenzaron a llegar, a partir de 1768, anotamos algunos nombres y fechas,
cuyos apellidos en muchos casos aún se conservan:
En 1793 llegó Luis Romero
al rancho Santa Cruz, y Alejandro Mendoza a San Luis y San Antonio.
En 1811 llegó Antonio
Navarro a Santos de los Reyes.
En 1813, Francisco
Osuna recibió el título de Tiguana.
En 1814, Fernando de la
Toba, de Monterrey, Alta California, recibió el título de San Luis y La Pasión.
En 1822 Felipe Álvarez
se cambió a La Matancita y J. M. Murillo a La Junta.
En 1823 Luis Sandoval
recibió el título de Palo Verde, Justo Álvarez el título de El Coyote y Rafael
Solorio el de El Potrero.
En 1826, la familia
Verdugo registró los títulos de los ranchos El Sauce, La Picota, Santo Tomás,
Tiguana, El Potrero y Quepoh.
Para 1853, Benigno de la Toba,
entonces Juez de Paz, presentó un informe de las personas que poseían tierras
intermedias, de las cuales tomaré (sic)
tan sólo algunos:
Trinidad Amador, María (Tacanoparé).
San Andrés Patehui,
Loreto Espinoza.
San Antonio,
Hermanegildo Lucero Cuedas y hermanos.
Agua Escondida, Justo
Murillo.
La Pasión, Benigno de
la Toba.
Tecadaque, Ignacio de
la Toba.
San Pedro o Ánimas,
Ramón Talamantes.
Iritu, Pablo de la
Toba.
San Gregorio, Canuto
Murillo.
Santa Rosa, Gregorio
Camacho.
Dolores y Cayuigui,
Pablo de la Toba y hermanos.
En 1857, Pablo de la
Toba recibió el registro del rancho El Plátano.
En el censo de población de 1857
había en la zona de intermedios sur 157 habitantes.
Aunque cada proceso
colonizador fue diferente, en esta ocasión quiero destacar algunos aspectos del
último. El del 49, porque me tocó ser testigo y arbitro en muchas ocasiones,
tanto en las aulas como en la vida cotidiana.
Cuando llegaron los
colonos de 1949 al Valle de Santo Domingo se dio una especie de choque cultural
entre dos grupos de personas con diferentes hábitos y costumbres. Los que
llegaron, más de 500 colonos y sus familias provenientes de diferentes lugares
y estados de la República, además de las personas de oficios diversos que con
ellos arribaron, provenientes de lugares en donde llueve mucho, hay ríos y
presas y se riega con agua rodada, sitios donde también el clima y la
alimentación son diferentes y la competencia para conseguir el sustento es cada
día más cerrada y los nativos, los menos, con otros hábitos, costumbres y las
limitaciones que la propia naturaleza les impuso —como bien describiera
Fernando Jordán en su libro El otro
México, donde “la tierra es muy generosa, mas no así el agua”; en donde no
llueve, hay lluvias escasas o nulas, en donde por lo mismo no hay ríos, ni
había en aquel entonces recursos para perforar, equipar y desmotar, como lo
hubo en 1949, donde había poca gente y ésta aprendió a vivir de acuerdo a las
condiciones que el medio le impuso.
Pues bien. Estas
diferencias con el paso del tiempo se fueron apagando lentamente. Para ello
habrían de transcurrir más de treinta años, hasta que poco a poco se fueron
fusionando ambas corrientes, hasta convertirse en una nueva familia: ¡los
nativos de este valle!
Como ven, la historia
se repite, después de casi dos siglos, nuestros ancestros eran españoles y de
otras nacionalidades. Pero, igual, ahora todos somos sudcalifornianos.
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