Don Santos Castro, un personaje olvidado

 

A pesar de que a esta región del estado se le conoce como Valle de Santo Domingo, poco o nada conocemos del pueblo que lleva el mismo nombre. En realidad no sé quién de los dos le dio el nombre al otro, es decir, si el valle al pueblo o el pueblo al valle; lo cierto es que el poblado en cuestión, que se encuentra ubicado en el extremo norte de esta parte de la península, existe desde principio del siglo pasado o quizá antes.

Platiqué en varias ocasiones con don Rubén Castro Larrinaga, hoy ya fallecido, quien era originario de esa comunidad en donde nació en el año de 1940. Hablamos de su padre, de su pueblo, de Juan Domínguez Cota, de las fiestas tradicionales, de los ranchos y de las pequeñas comunidades que había y de otros temas igual de interesantes.

Don Rubén me decía que su padre fue un personaje no reconocido; desde que llegó al poblado Santo Domingo, allá por los años 1928 o 29, hasta su muerte, en 1957, fue subdelegado de esa comunidad y se dedicó a servir a la gente.

 

En Miraflores

En la primera mitad del siglo pasado la población de Baja California Sur era escasa y la falta de oportunidades para las nuevas generaciones de esa época eran muy limitadas: no había trabajo. Sobre todo porque las comunidades eran demasiado pequeñas, así que muchas familias o sus integrantes comenzaron a emigrar motivados por la necesidad de encontrar una actividad remunerada, o bien, por estudiar.

Don Santos Castro Beltrán, originario del pueblo de Miraflores, fue uno de esos casos. Dejó a temprana edad su pueblo natal para trasladarse a Loreto, Santa Rosalía y Guaymas, sitios en donde se dedicó al comercio y a la música.

 




En Loreto, Santa Rosalía y Guaymas

Ya en Loreto, don Santos Castro se casó con Victoria Larrinaga Dávilas, originaria de ese lugar e hija de don Paulino Larrinaga, que era uno de los españoles que llegaron asilados a México.

Fue comerciante en Loreto, Santa Rosalía y Guaymas. Cabe decir que durante un tiempo le fue muy bien, pues llegó a ser el dueño del primer vehículo que circuló en Loreto, por ejemplo, el cual adquirió en el puerto de Guaymas.

Dicho vehículo lo trajo un chofer que mandó la empresa vendedora, puesto que en aquel tiempo se requería de un permiso especial para conducir. Éste, ser conductor de un automotor, era un trabajo tan especializado como en la actualidad lo es el de piloto aviador.

Como comerciante tuvo éxito durante algún tiempo, hasta que finalmente quebró. La causa fue el número de créditos que dio y que ya no pudo recuperar. Créanme cuando les digo que fue tanto lo fiado que incluso atiborró una habitación con cajas llenas de notas morosos que nunca más pudo recuperar.

 


En Santo Domingo

Así fue como tiempo después se estableció, en forma definitiva, en el poblado Santo Domingo. Ahí era músico, gracias a esto acudió, junto a su hermano Herminio, a amenizar todos los ranchos del valle. Ni duda cabe al afirmar que don Santos era diestro para dominar varios instrumentos, entre sus favoritos estaban el violín, la guitarra y el acordeón.

Por referencia del propio Santos, sabemos que sus padres ya vivían en el poblado Santo Domingo Viejo, años antes de que el general Domínguez Cota formara el ejido.

Al respecto, circula una versión no comprobada. Decía don Rubén Castro que: “a raíz de que mis abuelos habían abierto Santo Domingo, y que ellos se llamaban Santos, y mi abuela Dominga, le pusieron Santo Domingo al ejido”. Quede esta breve nota como una anécdota digna de ser nombrada.

“―Mi papá se vino para acá ―continúa don Rubén Santos―, para Santo Domingo. Me imagino que fue como en el 28, porque ya venían nacidas mis hermanas Chole y Monchi, y ahí en Santo Domingo, nació Santos, en el 30, y yo en 1940.

”Mi mamá platicaba que cuando se fueron a vivir a Santo Domingo iban las dos familias, la de mi tío Benigno y la de mi papá.

”Mi tía Cruz era de acá, de la sierra. Ella era de esas mujeres machas, que cuando llegaban coyotes con la rabia los enfrentaba con un machete. Subía a toda la palomilla a un zarzo grande que había de madera y vigas, y ella se encargaba de capotear a los animalitos rabiosos.

”Ahí, en  Santo Domingo Viejo, el original, se juntan los dos arroyos, el que viene de María Auxiliadora y el que viene de San Javier. Todos los años corría el arroyo, había muchas bestias broncas, vacas, burros, caballos y también pasaban por ahí coyotes y leones.

”La gente vivía ahí de la ganadería y se sostenía de milagro, tenían sus vaquitas, hacían su quesito.

”Abajo, en esa selva, hay unos peroles grandes, donde se supone que freían las ballenas, le extraían la grasa o el aceite y ahí estaban abandonadas.”

 




El tío Manuel

“―Eran dos hermanas y un hermano, mi tío Manuel, que se fue a vivir a Mexicali. A él le fue bien, inclusive cada año que venía siempre le decía a mi papá que se fuera para allá, porque había trabajo y aquí no. Aquí, pues, existían dos razones para no vivir bien: una, no había dinero, y otra, no había dónde comprar. Esa era la realidad. No había nada. Tal como lo digo. Los ranchos que estaban, por ejemplo, eran Palo Bola, Matancita, San Juan de Matancita, con alrededor de ocho a diez personas, a lo mejor.

”Cuando mi tío ya lo había convencido -―porque, a decir de mi papá, no tenía muchas ganas de irse―, andábamos terminando de empacar todo lo que teníamos ―que era casi nada―, cuando llegó el general Olachea y le dice a mi papá: «oye, Santos, hijo ―así le decía―, ¡cómo te vas a ir ahorita si es cuando más te necesito! Van a empezar a llegar personas al valle y te ocupo, a ti, que conoces todo el movimiento». Entonces nos quedamos.

”Llegó la gente y se empezó a distribuir en los diferentes ranchos. A mi papá le pagaba el gobierno. Siempre teníamos, dentro de un corral, dos o tres vacas para la leche. Empezaron los de María auxiliadora, años después llegarían los de la Nueva California, luego la Allende y muchas más.”

 

El correo

“Recuerdo que en aquellos tiempos hacían el correo unos que les decían los Sandoval. Hacían el correo de La paz hasta Tijuana o Mexicali, pero tardaban mucho en dar la vuelta. Recuerdo que llegaban en unos carritos, no recuerdo la marca, que eran una bola de humo de aceite quemado junto a los choferes, y los motores rojos de calientes, y nos les pasaba nada. Me acuerdo que los tapones de los radiadores, en aquel tiempo, era una rosca así de larga. No tenían respiradores, como ahora. ¿Qué material sería del que estaban hechos que los motores llegaban rojos de calientes y no les pasaba nada?

”Mi hermana Chole, la mayor, se había ido a estudiar a San Ignacio, en la única escuela que había, la Normal. Se imaginan cuánto tardaba una carta en llegar, porque había puro camino por Comondu, tenías que subir la cuesta, hasta Santa Rosalía, porque no había camino por Loreto.

”Después de los Sandoval, agarró la ruta uno que le decían el Tabaco, ese ya traía una camioneta tipo Panel.”

 

Los profesores

“Recuerdo cuando estaba como en segundo año de primaria, para acá. Los profesores eran, en tercero y cuarto, un masetero de apellido Arce. No recuerdo su nombre, pero era de la purísima. En quinto era el profesor Leonardo Reyes, el que ha escrito algunos libros. Y en sexto Ricardo Fiol.”

 

Santo Domingo Nuevo

“Santo Domingo Nuevo se formó con el general Domínguez. Eran unas diez casitas de madera, más o menos de una recámara y su cocina, pero la casa donde vivía mi papá era una grande de madera, de la misma que se dice eran de unos barcos que se vararon ahí enfrente. Los tablones los pasaron por la cordillera, que es pura arena, y luego por pangas a tierra firme y ahí los cargaban en bestia.

”La casa de nosotros estaba separada por una callecita. Adentro estaba dividido con adobe. Tenía tres recámaras, aunque lo de afuera era de madera, el techo era palma.

”Era la casa donde se daba de comer a todos los de los camiones y carros que venían. Me queda muy presente que en la madrugada, cuando llegaban, ponían el radio tocando unas estaciones de Sonora y Chihuahua. ¡Unas chuladas, profe! Porque nosotros ni radio teníamos, se oía muy bonita la música en la madrugada.

”Mi papá siempre estuvo defendiendo al ejido, a la gente que era de ahí. Siempre fue muy derecho, muy honesto. Recuerdo que a un señor, de un rancho que llaman El Secreto, lo echaron a un pozo, no sé si los dueños. El caso es que falleció. Sucedió poco después que le ofrecían un poco de ganado a mi papá para que le diera el veredicto a su favor. Mi papá les dijo que no, que tenía que ser lo que era. Luego, por acá por la sierra, a otro señor lo mataron ahí. También le ofrecieron otro poco de ganado para que les diera el veredicto y mi papá dijo igual que antes que no, que tenía que ser lo que era. Y muchas así.”

 

El Caminante

“Había un señor que le decían el Caminante. En ese entonces los de la Secretaría de Comunicaciones siempre andaban en un dompe amarillo con negro, rellenando hoyitos. Un día estaba mi mamá, en la tarde, planchando. ¡Ya ve que en los ranchos había una mesa grandota de madera! Pues en una ocasión mi mamá estaba en el corredor, ahí planchando, enfrente se paraban los carros. Resulta que llegaron los amigos del dompe tres, se bajó el chofer y le pregunto a mi mamá: «oiga, ¿y don Santos?». «No está», respondió mi mamá. «Creo que anda para la huerta , con las vacas.»

«¡Ah¡», exclamó uno de ellos. «Porque nos encontramos un muerto», luego lo bajaron como si nada y lo tiraron en el corredor. Era el Caminante al que encontraron muerto y lo llevaban sentado en medio con un sombrerito. Mi mamá estaba mala del corazón y reaccionó tal mal que parecía pollo descabezado.”

 


El Trino Victorio

“El Trino Victorio era de estatura mediana, bien moreno. Cuando empezó el algodón bajó mucha gente de la sierra. También bajó uno con la oreja mocha y un curioso sombrerito. Un malandro, pues. Era Trino Victorio, un peleonero, muy pisteador muy bueno para los trancazos. Le gustaba mucho el pleito. Un día, como a las cuatro, cinco de la tarde, va llegando el oreja mocha a la casa:

”―¡Don Santos ―le dijo a mi papá―, vengo a entregarme porque acabo de matar un hombre ahí en él arroyo!

”Resulta que teníamos un pozo bajito, como a cien metros de mi casa, que servía para lavar ropa o los trastes, pero para tomar agua había otro a quinientos metros. Un pocito de agua dulce en la pura orilla, pegado al arroyo. En éste, parecía que mi papa tenía a su disposición un batallón de soldados, porque cerca había una cañada bien onda y ahí estaba el cuartel, con radios y todo su equipamiento militar. Les habló mi papá y vinieron. Agarraron preso al de la oreja mocha. El teniente y mi papá, y mucha gente ahí, fue por el muerto. Resultó que no estaba muerto y ahí lo traen, en una camilla.

”Mire, profe. Respiraba por la herida, hacía un borbotón. Le había metido un cuchillo de esos choyerones, y respiraba el amigo por ahí. Lo echaron en un carro y se lo llevaron para La Paz. No se murió en ese tiempo, pero hace poco lo mató un carro. El amigo se recuperó ya que no le afectó ningún órgano adentro. Cuando murió tenía como 101 años.

”Cuando estaban deslindando el valle el ingeniero Gallo, que iba a la playa, ésta como a cinco kilómetros, que van llegando también con un muerto que se había ahogado ahí. Pacería como si lo hubieran pintado de verde, me acuerdo. Los pies llenos de sargazo y arena, que supuestamente andaban en la panga pescando, se les cayó y se les ahogó. También arribaron con el ahogado ahí, a la casa.

”Mi papá fue muy derecho. Fue la causa de que no hizo mucho, porque fue una persona que siempre se preocupó por servirle a la gente, como dice la canción: él «se quitaba la camisa para dársela a un buen amigo».

”Los últimos años mi papá permaneció en la cama, muy delicado de salud. Lo atendía un doctor ruso, que le daba las medicinas. No sé cómo llegó, pero ahí vivía en la casa y no sé qué fin tuvo.”



Don Santos Castro fue subdelegado de Santo Domingo hasta 1957, fecha en que falleció, dice don Rubén: “no sé desde qué año ocupó ese cargo, pero yo creo que de toda la vida. Él era delegado, era juez, era todo”.


Comentarios

  1. El trino Victorio era mi padre y aunque fue borracho y pelionero. Nunca nos dejó sin comer

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