Un paseo por la sierra

 


No cabe duda, acampar en la zona serrana es una experiencia extraordinaria. Ya sea en Guadalupe, La Giganta o La Laguna, aunque cada una presenta condiciones diferentes debido a la altitud o el clima, en todas ellas impera la soledad de la distancia. La vista de un paisaje campirano, virgen todavía, con muchas carencias que te obligan a ver la naturaleza de otra manera, pero sobre todo a disfrutarla.

Recién llevé a la “tribu” de escapada a la Boca de San Carlos. Así se llama el rancho. Fueron diez y siete kilómetros de pavimento, veintisiete de terracería y el resto de brecha: son ochenta en total. La Tribu Van se portó muy bien, ¡iba totalmente llena!

¿Qué hacer en un lugar en donde no hay señal telefónica, internet o energía eléctrica? Bueno, por la noche nos tocó contemplar el cielo estrellado, con una luna llena, que parecía más grande que de costumbre y que iluminaba hasta el último rincón del campamento. Una fogata y una taza de café, junto a las historias de terror y de fantasmas que en estos lugares se acumulan. Dormir en una casa de campaña es una delicia y complemento de esta aventura. Despertarte al día siguiente con el canto del gallo, un poco desafinado por cierto, a las cuatro de la mañana y volver a escucharlo a las cinco y a las seis, es más exacto y gratificante que cualquier despertador.

Pasearte a caballo, escalar un cerro para llegar a la cueva que se encuentra en la cima y en donde, nos dicen, no me tocó verlos, hay vestigios de antiguos pobladores que seguramente habitaron ese lugar.

Pasearte por el arroyo y bañarte en el agua fría de las pozas que todavía quedan, a pesar de que este año no ha sido muy llovedor. Acampar bajo la sombra de frondosos árboles, despertarte con el aroma de un rico café de talega, el cual disfrutas mientras recibes la fresca brisa matinal, y el canto de los pájaros que celebran el amanecer de un nuevo día, a veces interrumpido por el grito de algún rumiante que se quiere hacer notar, todo bajo el mismo cielo limpio y transparente.

 Finalmente, aunque no por gusto, dejamos atrás el aroma del campo, el sonido y el paisaje inigualable de su naturaleza que generosa nos dio posada y nos brindó gentilmente todo el  esplendor  de su belleza.

Un viaje intenso por la brevedad del tiempo disponible, no exento de pequeños accidentes, pero finalmente predominaron los mejores momentos que hacen inolvidable una aventura como esta. Apreciamos la diligencia con que nuestros anfitriones mantuvieron activa la fogata y las llamas de la hornilla, esencia misma de un viaje al campo sudcaliforniano.

 Viajar a la sierra es, en realidad, una sensación casi indescriptible de compartir con sólo palabras. ¡Hay que vivirlo! Lo recomiendo.

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